Wilson García Mérida
(Datos & Análisis).- Las razas existen porque la piel así lo quiso ya que las geografías y sus sistemas climáticos son dermatológicos; de hecho la interculturalidad, lo multiétnico y el inevitable mestizaje planetario son simples diálogos policromáticos entre pieles…
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Un breve pero muy sustancioso extracto de una entrevista con Gilles Deleuze publicada por “Liberation” en 1986, fue seleccionado por Coco Mayorga para abrir las páginas del nuevo número de la revista “AtaralaratA” que ya está en circulación. El filósofo francés comenta ahí una célebre frase de Paul Valery: “lo más profundo es la piel”, lema que “los dermatólogos deberían tenerla inscrita en su puerta”.
Siendo contemporáneo de Michel Foucault, Deleuze sometió la frase de Valery a un escrutinio según el autor de “La arqueología del saber”, afirmando que “la superficie no se contrapone a la profundidad (que retorna a la superficie) sino a la interpretación”; pues resulta evidente que un tema tan importante en Foucault como es el de los pliegues y repliegues, nos remite a la piel.
Y es que, en una interpretación más “periodística” de esta epidérmica cuestión, debemos decir que la piel no se interpreta, se experimenta. Pecando de superficiales, por ejemplo, tratemos de interpretar esa popular y bien vulgar expresión “ponerse la piel de gallina” y entonces (especialmente este 4 de mayo con su “media luna” aterradora) experimentaremos un ras de miedo sin necesidad alguna de ser hinchas del River Plate. Acontece pues que la piel no es sólo la superficie de la anatomía humana, es algo más que el envoltorio de un caramelo asumiendo aun que los cuerpos suelen ser comestibles y saboreables, erotismo aparte.
La paz y la guerra producen sensaciones epidérmicas. Piel con piel es la paz, o el amor. Piel contra piel es la guerra, o el odio. Ergo: la anti-piel es un absurdo antihistórico como el fascismo, el racismo y el estalinismo siempre campantes junto a la muerte que es el más horrendo escozor.
La piel, ese tejido orgánico, vital y paradójico que alcanzó en el camaleón su más acabada evolución, es un termómetro fiel de sentimientos y pensamientos, de culturas e inculturas, de sanidades y patologías. Sí, la piel es fiel. Las razas existen porque la piel así lo quiso ya que las geografías y sus sistemas climáticos son dermatológicos; de hecho la interculturalidad, lo multiétnico y el inevitable mestizaje planetario son simples diálogos policromáticos entre pieles. A la mentira y a la impostura no las delatan el pudor sino el rubor de la piel, porque la vergüenza atraviesa los poros a pesar de la inconciencia. A propósito, la conciencia tiene piel.
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