Andrés Solíz Rada
En las elecciones del 18 de diciembre próximo, se juega la viabilidad de Bolivia. El triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS), de Evo Morales, puede significar, más allá de sus contradicciones y limitaciones, la recuperación progresiva de la soberanía nacional, casi anulada por los regímenes neoliberales de las dos últimas décadas. El analista argentino, Andrés Oppenheimer, conocido por sus posiciones neoliberales, acaba de afirmar, en el ?Miami Herald?, al igual que su congénere Carlos Alberto Montaner, que el único país en el continente en riesgo de desaparecer es Bolivia.
Abogado y periodista y ex parlamentario. En los últimos 30 años fue uno de los más destacados defensores de los recursos naturales en Bolivia. Fue el primer ministro de Hidrocarburos de la gestión de Evo Morales.
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El drama de esta república reside en tener una importante reserva de gas natural, adecuada a las necesidades del Cono Sur, donde las grandes petroleras como Repsol, Total, British Gas y Exxon, están fuertemente asentadas, sin que el Estado nacional, reducido a escombros por el neoliberalismo, antes de haber podido consolidarse, esté en condiciones de fiscalizarlas. La posibilidad de contener la balcanización del país no pasa sólo por el triunfo del MAS, sino porque ese triunfo sea contundente, a fin de tener la fuerza que necesita para detener a las tendencias separatistas alentadas por transnacionales, sobre todo en Tarija y Santa Cruz.
El domingo se elegirán no sólo al presidente y vicepresidente de la República, sino a Prefectos departamentales, varios de los cuales podrían alentar tendencias disgregadoras, con el apoyo de centros de poder mundial, organismos financieros y grandes consorcios económicos.
Se necesita que el MAS deje de ser sólo una confusa y vacilante fuerza de resistencia al neoliberalismo, para convertirse en Movimiento Liberador, capaz de aglutinar a la nación oprimida, sin caer en fundamentalismos indigenistas que profesan varios de sus dirigentes.
El movimiento nacional requiere de capacidad de movilización en torno a la defensa de la autoestima, de la propiedad de los recursos humanos y naturales y de su industrialización interna, dentro de la visión bolivariana, hoy liderada por el Presidente Hugo Chávez. El MAS debe comprender que no está partiendo de cero. Por ello debe recoger las banderas del socialismo militar que en 1937 protagonizó la primera nacionalización del petróleo en América Latina; del Presidente Gualberto Villarroel, colgado, en 1946, de un farol de la Plaza Murillo, de La Paz, por enfrentar a la plutocracia del estaño y los latifundistas; de la traicionada Revolución Nacional de 1952; de la segunda nacionalización del petróleo de 1969, llevada a cabo por el general Alfredo Ovando; y del “Modelo Endógeno de Desarrollo, propuesto por “Conciencia de Patria”, en 1989, Sobre esa base, Evo Morales puede convertirse en el primer presidente indígena, con visión nacional, en un país de mayoría quecha-aymara.
El destino de Bolivia depende también del apoyo de los movimientos populares de América Latina, que no pueden observar con indiferencia, como hasta ahora, los intentos del imperio y sus agentes por despedazar al país.
El MERCOSUR es la avanzada de la resistencia a las ingerencias imperiales, pero, infelizmente, poderosas transnacionales están incrustadas en los países que lo integran. Del resultado de la pugna entre los pueblos de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay frente a las petroleras de EEUU, Inglaterra, Francia y España dependerá también el proceso boliviano.
Petrobrás debería ayudar a la reorganización de la empresa petrolera estatal de Bolivia (YPFB), sin someterse a las presiones de sus socias: Repsol y la Shell. La ayuda venezolana debe servir para que YPFB forme parte de Petrosur, la propuesta más audaz del Presidente Chávez. Es un grave error creer que la derrota del movimiento popular boliviano beneficiará a los países vecinos. Todo lo contrario. La disgregación de Bolivia proseguirá con similares intentos en Paraguay, Uruguay, Perú y Ecuador, sin olvidar que el capital financiero busca arrancar la Patagonia de la soberanía argentina y la Amazonía del control brasileño,
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